Tras alegar que parecía «demasiado vieja», el estricto propietario de un restaurante decidió despedir a una de sus camareras. Al día siguiente, descubrió algo sobre ella que le hizo enviar una limusina a su casa para rogarle que volviera.
Bernardo dirigía una exitosa cadena de restaurantes. Un día, él estaba de vacaciones por lo que encargó a su secretaria contratar a una nueva camarera para cierto local.
María, madre soltera de tres hijos, solicitó el trabajo porque necesitaba urgentemente el dinero. Cuando Bernardo conoció a María no pudo ver bien su rostro, ya que llevaba una mascarilla mientras servía las mesas.
Al cabo de un tiempo, Bernardo empezó a notar que María se movía más lento en comparación con las demás camareras. Además, empezó a llegar tarde al trabajo por lo cual llamó a María a su despacho y le preguntó por qué llegaba tarde.
«Lo siento, señor. Tengo tres niños pequeños a los que tengo que llevar al colegio todos los días. El autobús se averió cuando venía hacia aquí, así que tardé más de lo debido. Lo siento», dijo nerviosa.
Bernardo se dio cuenta de que probablemente era mucho mayor que las demás camareras. «Pareces vieja y cansada. Luces unos veinte años mayor que todas las demás camareras de aquí. ¿Por qué? Debes tener un aspecto fresco y juvenil cuando te presentas a trabajar, o de lo contrario haces decaer la energía del restaurante», le dijo.
«Solo tengo 28 años, pero la verdad es que tengo que mantener a mis hijos y pagar las facturas, así que tengo dos trabajos. Quizá por eso parezco cansada. Le prometo, señor, que lo haré mejor», prometió María.
Fue ahí cuando el señor Bernardo decidió despedirla, pues el quería que tuviera un compromiso TOTAL con su local.
Esa noche, Bernardo fue a visitar a su madre enferma a quien para su sorpresa encontró sentada en el sofá, pues la señora llevaba meses postrada en la cama.
La hermana le comentó que su mamá estaba mucho mejor gracias a su cuidadora, y la madre señaló a una mujer que estaba junto a la puerta: «Mi cuidadora es una mujer maravillosa y desinteresada. Te presento a María», dijo.
Bernardo vió a María, la misma que había despedido ese mismo día. Se arrepintió inmediatamente de sus actos y le agradeció mucho por haber atendido a su madre.
«Lo siento, María. He sido egoísta y no me di cuenta de que había otras cosas más importantes que el dinero. Ahora que veo que a mi madre le va bien, me doy cuenta de que tenía mal ordenadas mis prioridades», le dijo, avergonzado por lo que había hecho.
Al día siguiente, María estaba vistiendo a sus hijos para ir al colegio cuando oyó un alboroto fuera de su casa. Miró por la ventana y vio una preciosa limusina estacionada frente a la casa de María.
Cuando salieron a ver qué pasaba, el conductor de la limusina le entregó a María un ramo de flores. «El señor Bernardo quiere disculparse por todo el dolor que ha causado», dijo el conductor. «Por favor, entre en el coche para que podamos llevar a sus hijos al colegio. El señor quiere reunirse con usted en su oficina después».
Después de llevar a los niños al colegio, María fue a la oficina de Bernardo, donde este se disculpó por ser un jefe cruel. Le rogó a María que volviera a trabajar para él como jefa de las camareras. Sabiendo lo mucho que el trabajo podía ayudar a sus hijos a llevar una vida cómoda, a lo que María aceptó sin rencores.
Actualmente, la madre de Bernardo ya no necesitaba de un cuidador, pero aún así María sigue visitándola junto a sus chicos para intercambiar historias y hacerse compañía.
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