En 1963, mientras el mundo se mantenía en vilo por la Guerra Fría, se desarrollaba una crisis silenciosa entre Estados Unidos e Israel que apenas ahora empieza a conocerse con mayor claridad: una disputa diplomática de alto nivel por el incipiente programa nuclear israelí.
Documentos recientemente desclasificados revelan que el presidente John F. Kennedy presionó intensamente al gobierno israelí para permitir inspecciones internacionales en el reactor de Dimona, sospechoso de producir plutonio para armas nucleares. Para Kennedy, frenar la proliferación era una prioridad estratégica; para Israel, mantener su proyecto en secreto era un asunto de supervivencia.
Las tensiones alcanzaron tal grado que en Washington se llegó a considerar —aunque nunca públicamente— la posibilidad de una acción militar contra la planta nuclear. El primer ministro David Ben-Gurión enfrentó lo que calificaron como un «ultimátum» de parte de EE.UU., lo que marcó uno de los momentos más críticos en la relación bilateral.
La desconfianza creció cuando se descubrió que las visitas de inspección estadounidenses a Dimona fueron cuidadosamente manipuladas por Israel. Funcionarios de alto nivel denunciaron una “falta de sinceridad evidente” por parte del gobierno israelí.
Curiosamente, tras el asesinato de Kennedy en noviembre de ese mismo año, la presión de Estados Unidos sobre Israel desapareció casi de inmediato. Su sucesor, Lyndon B. Johnson, adoptó una política más flexible, lo que facilitó el desarrollo del programa nuclear israelí sin mayores obstáculos.
Hoy, el episodio se reevalúa como una pieza clave en la historia de la no proliferación nuclear, y como un ejemplo de las tensiones ocultas que pueden cambiar el rumbo de la política internacional sin que el público llegue a saberlo.