Con las primeras lluvias del verano, una inesperada escena ha llamado la atención de habitantes y visitantes del municipio de Jiménez: miles de pequeñas criaturas de color rojo intenso comenzaron a aparecer en campos, calles y agostaderos. Su aspecto peludo y vibrante ha generado desde asombro hasta desconcierto. No son arañas ni hormigas: se trata de los trombídidos, conocidos comúnmente como ácaros de terciopelo.
Estos diminutos arácnidos, casi invisibles durante la mayor parte del año, emergen únicamente cuando las condiciones climáticas se vuelven favorables. Tras meses enterrados bajo tierra en madrigueras que ellos mismos recubren con seda, los trombídidos despiertan de su letargo al primer llamado de la lluvia.
“Es un fenómeno que ocurre cada año, pero pocas personas conocen su importancia ecológica”, explicó un especialista en biología del desierto. “Estos ácaros juegan un papel clave en el control de poblaciones de insectos y en la descomposición de materia orgánica.”
A pesar de su apariencia llamativa, los ácaros de terciopelo no representan peligro para los humanos ni para los animales domésticos. No pican ni transmiten enfermedades. Al contrario, su presencia es señal de un ecosistema que responde activamente al cambio estacional.
Las autoridades ambientales recomendaron a la población no molestarlos ni intentar eliminarlos, pues su ciclo de vida es breve y su función en el equilibrio del desierto es fundamental.
Así, entre la tierra mojada y el aroma de las primeras lluvias, los trombídidos nos recuerdan que incluso en los rincones más áridos de Chihuahua, la vida siempre encuentra una forma de renacer.