La inauguración de los Juegos Olímpicos de París ha suscitado una intensa controversia, especialmente entre la Iglesia Católica y figuras de la extrema derecha francesa, mientras que ha sido recibida con entusiasmo por la izquierda y el gobierno de Emmanuel Macron.
La Conferencia Episcopal francesa emitió un comunicado en el que reconoció los “maravillosos momentos de belleza y alegría” de la ceremonia, pero lamentó profundamente las “escenas de burla y mofa del cristianismo”. Los obispos destacaron que la fiesta olímpica debería estar “muy por encima de los prejuicios de algunos artistas”.
Aunque no mencionaron ninguna secuencia en específico, las críticas se centraron en la parodia de la última cena de Jesucristo, representada por drag-queens, una modelo trans y el cantante Philippe Katerine casi desnudo.
Las críticas más vehementes provinieron de la extrema derecha. Marion Maréchal y Marine Le Pen denunciaron la ceremonia, acusando al gobierno de hacer propaganda de la ideología “woke”. La inclusión de la cantante Aya Nakamura, de origen africano, fue especialmente polémica para estos grupos, quienes argumentaron que no representaba las “esencias francesas”.
Por otro lado, líderes de la izquierda, como Olivier Faure del Partido Socialista, celebraron la ceremonia por resaltar valores como libertad, igualdad y fraternidad, además de sororidad, paridad e inclusión. Miembros del gobierno, como la ministra de Igualdad Aurore Bergé, elogiaron la diversidad y creatividad reflejada en el evento.
La intervención sorpresa de Céline Dion, homenajeando a Edith Piaf, generó un reconocimiento unánime y puso de acuerdo a todos los sectores. Los organizadores del evento defendieron su enfoque, afirmando que no pretendían ser subversivos, sino mostrar la diversidad de Francia y sus valores de sororidad y amor. Tony Estanguet, presidente del Comité Organizador, enfatizó la importancia de la libertad de expresión en el país.
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